Hace una semana inició el tiempo más fuerte, especial e importante del año litúrgico. La Pascua (paso) de Cristo, del Señor, que se inaugura en la Vigilia Pascual (Sábado de Gloria) y se celebra durante siete semanas, hasta Pentecostés. La Pascua no dura únicamente un domingo, son “los cincuenta días que median entre el domingo de la Resurrección hasta el domingo de Pentecostés y se han de celebrar con alegría y júbilo, como si se tratara de un solo y único día festivo, como un gran domingo” (Normas Universales del Año Litúrgico, n 22).

Es la Pascua (paso) de Cristo, del Señor, que ha pasado de la muerte a la vida, a su existencia definitiva y gloriosa. Es la pascua también de la Iglesia, su Cuerpo, que es introducida en la Vida Nueva de su Señor por medio del Espíritu que Cristo le dio el día del primer Pentecostés.

Dentro de la Cincuentena se celebra la Ascensión del Señor, ahora no necesariamente a los cuarenta días de la Pascua, sino el domingo séptimo de Pascua, porque la preocupación no es tanto cronológica sino teológica, y la Ascensión pertenece sencillamente al misterio de la Pascua del Señor. Y concluye todo con la donación del Espíritu en Pentecostés. Este tiempo es el corazón del año litúrgico.

La unidad de la Cincuentena que da también subrayada por la presencia del Cirio Pascual encendido en todas las celebraciones, hasta el domingo de Pentecostés. Los varios domingos no se llaman, como antes, por ejemplo, “domingo III después de Pascua”, sino “domingo III de Pascua”. Las celebraciones litúrgicas de esa Cincuentena expresan y nos ayudan a vivir el misterio pascual comunicado a los discípulos del Señor Jesús.

Las lecturas de la Palabra de Dios de los ocho domingos de este Tiempo en la Santa Misa están organizados con esa inrención. La primera lectura es siempre de los Hechos de los Apóstoles, la historia de la primitiva Iglesia, que en medio de sus debilidades, vivió y difundió la Pascua del Señor Jesús. La segunda lectura cambia según los tres ciclos: la primera carta de San Pedro, la primera carta de San Juan y el libro del Apocalipsis.

El tiempo de Pascua, o paso, debe ser un tiempo en el que podamos profundizar en familia, los misterios y las bases de nuestra fe. Tal y como lo dijo S.S Francisco en su mensaje de Pascua: “con su muerte y resurrección, Jesús muestra a todos la vía de la vida y la felicidad: esta vía es la humildad, que comporta la humillación […] [los cristianos] tratamos de vivir al servicio de los demás, de no ser altivos, sino disponibles y respetuosos. Esto no es debilidad, sino autentica fuerza […] quién lleva en sí el poder de Dios, de su amor y su justicia, no necesita usar violencia, sino que habla y actúa con la fuerza de la verdad, de la belleza y del amor. Imploremos al Señor resucitado la gracia de no ceder al orgullo que fomenta la violencia y las guerras, sino que tengamos el valor humilde del perdón y de la paz”.

La Pascua, o el paso, de Cristo Jesús, se debe vivir en el corazón, en la propia vida. El resultado de vivirlo plenamente, con la alegría y júbilo que conlleva, será el de iluminar nuestros alrededores, nuestro metro cuadrado, nuestra familia y nuestra sociedad.  Cree y confía plenamente en que llevar a Dios en tu corazón, y transmitirlo, será la herramienta necesaria y eficaz para hacer un cambio en el mundo, pero el cambio debe comenzar, real y verdaderamente, en tu propio corazón. Que las palabras del Papa se queden grabadas en nuestra mente, y sean meditadas en  nuestro corazón: “quién lleva en sí el poder de Dios, de su amor y su justicia, no necesita usar violencia, sino que habla y actúa con la fuerza de la verdad, de la belleza y del amor”.

 

 

Fuente: ACI Prensa
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