En la medida que el sufrimiento de los niños está permitido, no existe amor verdadero en éste mundo (Isadora Duncan)

Es un hecho que en América Latina el número de mujeres en prisión está aumentando a un ritmo vertiginoso. Lo trascendente para el caso en cuestión, es que esta situación conlleva un problema aún más grave: los niños que crecen y viven en las cárceles. ¿Las razones? La ausencia de políticas públicas que garanticen el interés superior del niño, y la falta de efectividad de medidas alternativas a la convivencia en prisión.

Para dar una cifra, en algunos países latinoamericanos, se calcula que 9 de cada 10 mujeres tienen hijos menores de edad a quienes cuidar al momento de ser encarceladas. Si bien la mayoría de los ncarcel 5 editiños viven fuera de la prisión, y lejos de sus madres, algunos conviven en las cárceles con sus progenitoras hasta alcanzar la edad para ir a la escuela. Esto es debido a que en algunos casos, separar al niño de su madre, genera un menoscabo más dañino para el niño.

Existen algunos interrogantes que nos animan a reflexionar sobre las raíces de este problema. Se entiende que el niño es un ser que merece todo el amor de sus padres, como así también, todo el afecto de la sociedad que lo rodea. Sin embargo, ¿Cuán lejos estamos de hacer realidad aquellos derechos fundamentales que protegen la humanidad de los niños al fin de que no devengan en un mero formulismo? ¿Cuándo comprenderemos que sí ignoramos a las personas y nos reducimos a elogiar las normas lo único que tenemos es: letra muerta, no derechos; animales, no personas?

Cuando se toma contacto personal con la situación de los niños que residen dentro de los pabellones de las cárceles (y no desde un escritorio), se puede observar que el niño sufre un detrimento en su desarrollo que afecta su salud y su manera de relacionarse con los demás. Solo para dar un ejemplo: los niños son sometidos diariamente a las reglas y rutinas comunes de la cácarcel 2 editrcel, cuentan con muy pocas motivaciones, el encierro se hace aburrido, algo de todos los días, se acostumbran a ver personas grandes con armas y botas largas, no hay colores, solamente una gama de blancos, negros y grises, los sonidos son nada más que voces y gritos, no hay animales y es una dicha que hayan algunos juguetes para pasar el tiempo. Más aún, tampoco hay hombres de quienes los niños puedan construir una imagen paterna. En verdad, su relación con el mundo externo es estéril, el niño se vuelve un recluso más, los usos y las costumbres de la cárcel imprimen una segunda naturaleza en él, termina siendo la victima silenciosa de un ambiente hostil.

Del mismo modo, y con el objetivo de llegar a una comprensión armoniosa de la situación explicada en el párrafo anterior, son de gran ayuda las palabras del Dr. Fernando Mönckeberg en el libro “Gobernar es poblar”.

Una vez Mönckeberg hizo un experimento con dos ratas hermanas. Las separó en dos cajas distintas, en dos habitaciones diferentes y les dio de comer exactamente lo mismo. Sin embargo, a una la acariciaba y le cantaba durante cinco minutos por día. Al cabo de tres meses la rata acariciada era casi tres veces el tamaño de su hermana, tenía el pelo más largo y brillante, los ojos más grandes y luminosos, el hígado y el cerebro, el doble de grandes. La rata “mimada” jugaba con otras, mientras que su hermana había quedado marginada y cuando se la intentaba acariciar, atacaba.

carcel niña edit

Siguiendo el mismo enfoque, evidentemente los muros de la prisión no constituyen el lugar propicio en el que una madre pueda criar a sus hijos. La solución consistente en que el niño conviva en prisión con su madre mientras ella cumpla su condena, para no privar al pequeño de su progenitora, es una falacia. No es una cura al problema sino un simple calmante de breve duración, pues hoy las cárceles no son ni sanas ni limpias, nunca lo fueron, y la reinserción de los presos que en ellas habitan siempre fue un ideal imposible de cumplir. La cárcel estigmatiza a los niños, quienes en un lugar indigno son como esponjas que absorben conocimientos y hábitos que no ayudan a su integro desarrollo, sino mas bien, destruyen su infancia.

En conclusión, se hace indispensable comenzar a reconocer la problemática de aquellos que no tienen voz, esas pequeñas personas que no son tapa de los diarios ni salen en los medios masivos de comunicación. carcel 3 editLos niños que viven en los pabellones sin colores no dejan de ser personas, con la variable que se encuentran desprotegidos ante un sistema penal que hace aguas por todos lados. Es necesario encontrar una respuesta alternativa y remota a las paredes de cemento que cubren la prisión, caso contrario, solamente lograremos formar niños violentos que atacan cuando alguien trata de acariciarlos.