“Cristianos asesinados en Irak”, “desnutrición crónica en Guatemala”, “niños migrantes mueren cada día”, “aumento del número de abortos”. Estos son sólo algunos ejemplos de lo que leemos y escuchamos a diario en las noticias. Y si pensamos en los problemas del día a día tales como: la violencia, el divorcio, la anorexia, el bullying, la depresión, etc. Me pregunto, ¿Qué nos está pasando? ¿Por qué tanto mal en el mundo?

Nacemos con tanto potencial para hacer el bien; tenemos la capacidad de hacer grandes cosas por los demás, de hacer sacrificios por los que amamos e inclusive de hacer el bien para aquellos que ni siquiera conocemos. El ser humano nace con la necesidad de amar y recibir amor desde el primer segundo de su vida. Estamos en constante búsqueda de la felicidad, tratando de ser mejores personas.

Los seres humanos, a diferencia de otros seres vivos, tenemos la capacidad de razonar, tenemos inteligencia, libertad y voluntad. Todas las personas poseemos una ley natural que dicta hacer el bien y  respetar la dignidad de los demás. Pero la persona al también poseer libertad y voluntad muchas veces actúa en contra de esa ley natural y es cuando actuamos provocando el mal. Pero una vez más me pregunto ¿Por qué hacemos esto?

Muchas veces la búsqueda de la felicidad la confundimos con la búsqueda de la propia felicidad, en donde vemos a las demás personas como un medio para alcanzar nuestras metas, no vemos en los demás a una persona como nosotros con la misma dignidad intrínseca e inviolable y decidimos dejar de ver su valor.  Hace poco vi un video de “The Signal Hill” en donde decían lo siguiente: “Imagina el efecto si cada persona se viera como igual de increíble que los demás, igual importante, igual de valiosa. Imagina cómo las cosas podrían cambiar”.  El problema es que no reconocemos en un vagabundo, en un bebé no nacido y en el anciano enfermo a una persona con dignidad igual a nosotros. Vivimos en una sociedad donde tenemos miedo de actuar de acuerdo a nuestros principios, tenemos miedo de decir la verdad, de ser auténticos y con coraje de hacer el bien.

Margaret Mead, una activista feminista dijo: “Nunca dudes que un pequeño grupo de ciudadanos reflexivos y comprometidos puede cambiar el mundo. De hecho, es lo único que lo ha logrado”. Margaret Mead no se equivocó, ya que son precisamente pequeños grupos de intereses que trabajan constantemente para lograr hacer cambios en la sociedad, aunque no precisamente cambios positivos que respeten la dignidad de las personas. La inmensa mayoría de la sociedad sabe lo que está bien o mal, sin embargo, por conveniencia no dicen ni hacen nada, y la consecuencia es que son pocos los que toman decisiones para el resto. Edmund Burke dice que “La única cosa necesaria para el triunfo del mal es que los hombres buenos no hagan nada”.

La vida me ha enseñado que la lucha continuará incluso más fuerte cada día, que la guerra no ha terminado, que el aborto seguirá sucediendo, los asesinatos y la violencia continuará. Pero también he aprendido que necesitamos dos pilares para continuar la batalla por la vida y la familia: formación y acción. Sin formación no tendremos las herramientas para luchar y defender las verdades fundamentales y por otra parte de nada sirve conocer la verdad si no la llevamos a la práctica. Conocer la verdad nos da la responsabilidad de llevar a cabo acciones concretas, poniendo en práctica nuestras habilidades y aprovechar todas las oportunidades que como jóvenes tenemos.

Nosotros no debemos ser los líderes del mañana, debemos ser los líderes HOY y así poner el ejemplo de qué es vivir en una sociedad libre y justa, en donde los derechos fundamentales, desde el bebé en el seno materno hasta el anciano enfermo, sean promovidos y respetados.