Aquél hidalgo de la Mancha a quien Miguel de Cervantes Saavedra creó, además de ser parte de la joya literaria del habla hispana, es un representante de la defensa de la virtud. Aquél caballero andante, con sus aventuras y desvaríos, nos enseñó especialmente que vale más perseguir el ideal que batallas ganar. A pesar de ser tachado como un loco, Don Quijote permaneció firme en su afán de lograr la victoria de la justicia en los hombres, a pesar de la adversidad.
Esa defensa de la que hablaba Don Quijote resulta tarea difícil para los jóvenes conservadores del siglo XXI, quienes al levantar la voz por sus ideales, son llamados retrógradas, mente-cerrada o “mochos”, muchas veces sin tener la oportunidad de ser escuchados plenamente. Ese juicio apresurado desmotiva a seguir en la lucha por la justicia y la virtud, dejando vacío el frente de batalla de la defensa de la vida, de la pureza, de la rectitud, de la bondad y de la libertad, que se encuentra tan necesitado de la energía de los jóvenes. Sin embargo, la responsabilidad de cambiar este ambiente de hostilidad no solo es de aquellos que juzgan, sino también de aquellos que son juzgados o silenciados, porque, como dijo Cervantes a través del Quijote: “bien predica quien bien vive”.
Más allá de las palabras con las que el joven conservador quiera convencer, serán sus actitudes las que realmente generen un impacto. Su coherencia de vida se debe ver reflejada en toda situación: en la prudencia con la que elija sus batallas, en la templanza que demuestre cuando domine sus pasiones al debatir y especialmente en el respeto que demuestre a aquél con quien no comparte ideología. En la medida en la que se escuchen y respeten las ideas contrarias, las propias serán escuchadas y respetadas y el paradigma cambiará para bien. El joven que desee luchar ya no se alejará.
Adoptar estas actitudes llevará a una colectividad más armónica, rendirá frutos para la defensa de la virtud y logrará una conciencia tranquila. Y los jóvenes renovarán la esperanza siguiendo el pensamiento del Quijote, defendiendo “que si se logra ser fiel a tan noble ideal, dormirá el alma en paz al llegar al instante final”.