La ética universal es un tema de grave importancia para la sociedad actual. En efecto, el contexto en que nos encontramos nos presenta “la necesidad de fundar la moralidad de los actos humanos en los dictados de su propia naturaleza, en aquellas leyes que preceden su existencia y que a la vez la dignifican” (1).
En el mundo actual —y aún más en razón de la globalización—, es necesario establecer un discurso racional que permita comunicarnos con todos los seres humanos en términos de desarrollo social y humano sin que haya una imposición ideológica, sino una profundización en los valores verdaderamente humanos. Efectivamente, “aquel mundo que no se funda en los mismos pilares que Occidente, sino en milenios de su propia autoconcepción y tradición, se muestra renuente ante la alteración de sus ancestrales maneras. De tal manera, queda comprometido el llamado al reconocimiento universal de los derechos humanos, al poder llegar a ser, en su contenido, incompatible con el ethos de todos los pueblos” (2). El fin de universalidad es loable, pero también presenta riesgos para la sociedad occidental cristiana que no deben ser ignorados.
El peligro al cual me refiero es la desacralización de occidente. Claramente, un elemento esencial de la cultura es la religión, y aunque tenga un fundamento racional indiscutible, es aún más que eso. La diferencia entre la religión y la simple ciencia tiene que ver sustancialmente con que la primera no es totalmente evidente, sino que exige un salto de fe.
En este sentido, aunque las exigencias de una religión (como la cristiana) puedan traducirse en premisas totalmente racionales, éstas resultan en una simplificación de la fe. La religión, por su misma definición etimológica (“re-ligare”) tiene que ver con el retorno a la eternidad; y es un grave error limitarla a realidades inmanentes que la pueden deformar. Así, con el tiempo se puede llegar a excluir la cultura religiosa de la educación, transformando la personalidad de los pueblos en una simple y plana identidad genérica que no responde a las necesidades más profundas del ser humano, sus características históricas concretas, y su herencia transmitida a fuego, sudor y sangre.
De esta manera, creo que es un error pensar en una ética universal que no respete las diferencias entre los pueblos (especialmente las religiosas), que es lo que los hace distintos entre ellos y le da riqueza a la convivencia plural.
No estoy excluyendo la posibilidad y necesidad de establecer una ética universal que permita una relación racional, pacífica y segura entre todos los seres humanos; sino que busco resaltar que ésta debe establecerse de manera cuidadosa para evitar que arranque la identidad que las sociedades (como el occidente cristiano) han construido durante milenios.
1. https://proyectopatriota.org.mx/2016/04/04/la-etica-universal/
2. Idem