A la luz de los dos artículos que he escrito en inglés, en donde se exponen algunas ideas básicas sobre la Teología del Cuerpo escrita por San Juan Pablo II, podemos hacer una relación directa con uno de los discursos (¡improvisado!) del Papa Francisco en la Jornada Mundial de Familias que se llevó a cabo en Filadelfia recientemente.

Estar con ustedes me hace pensar en uno de los misterios más hermosos del cristianismo. Dios no quiso venir al mundo de otra forma que no sea por medio de una familia. Dios no quiso acercarse a la humanidad sino por medio de un hogar. Dios no quiso otro nombre para sí que llamarse Emmanuel (Mt 1,23), es el Dios-con-nosotros. Y este ha sido desde el comienzo su sueño, su búsqueda, su lucha incansable por decirnos: «Yo soy el Dios con ustedes, el Dios para ustedes». Es el Dios que, desde el principio de la creación, dijo: «No es bueno que el hombre esté solo» (Gn 2,18a), y nosotros podemos seguir diciendo: No es bueno que la mujer esté sola, no es bueno que el niño, el anciano, el joven estén solos; no es bueno. Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y los dos no serán sino una sola carne (cf. Gn 2,24). Los dos no serán sino un hogar, una familia.

A través de estas palabras el Papa nos recuerda la importancia de la familia para el ser social que somos como seres humanos. Nos invita a reflexionar sobre el deseo constante de Dios de entregarse a nosotros, su Iglesia-esposa, sus hijos, su familia. También hace énfasis en que la base, la roca fundamental de la familia, es el matrimonio.

Y así desde tiempos inmemorables, en lo profundo del corazón, escuchamos esas palabras que golpean con fuerza en nuestro interior: No es bueno que estés solo. La familia es el gran don, el gran regalo de este «Dios-con-nosotros», que no ha querido abandonarnos a la soledad de vivir sin nadie, sin desafíos, sin hogar.

Dios no sueña solo, busca hacerlo todo «con nosotros». El sueño de Dios se sigue realizando en los sueños de muchas parejas que se animan a hacer de su vida una familia.

Dios insta a la persona, a través del amor, ¡a hacer de su vida una familia! Ya sea a través del estado de vida del matrimonio (en donde se entrega a Dios a través de su esposo y sus futuros hijos) o a través de la vida consagrada (en donde se entrega a Dios y a la comunidad).

 

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Por eso, la familia es el símbolo vivo del proyecto amoroso que un día el Padre soñó. Querer formar una familia es animarse a ser parte del sueño de Dios, es animarse a soñar con Él, es animarse a construir con Él, es animarse a jugarse con Él esta historia de construir un mundo donde nadie se sienta solo, que nadie sienta que sobra o que no tiene un lugar.

Los cristianos admiramos la belleza y cada momento familiar como el lugar donde de manera gradual aprendemos el significado y el valor de las relaciones humanas. «Aprendemos que amar a alguien no es meramente un sentimiento poderoso, es una decisión, es un juicio, es una promesa» (Erich Fromm, el Arte de amar). Aprendemos a jugárnosla por alguien y que esto vale la pena.

La familia es la cuna de la educación integral de todo ser humano. Dentro de la familia, la persona aprende a relacionarse con el otro y a amar profunda y desinteresadamente a los demás. Dentro de la familia, el hombre se educa en los valores fundamentales a través de la virtud.

Jesús no fue un «solterón», todo lo contrario. Él ha desposado a la Iglesia, la ha hecho su pueblo. Él se jugó la vida por los que ama dando todo de sí, para que su esposa, la Iglesia, pudiera siempre experimentar que Él es el Dios con nosotros, con su pueblo, su familia. No podemos comprender a Cristo sin su Iglesia, como no podemos comprender la Iglesia sin su esposo, Cristo-Jesús, quien se entregó por amor y nos mostró que vale la pena hacerlo.

Cristo desposó a su Iglesia, ¡la hizo su pueblo! Y así le demostró la plenitud de su amor. De la misma manera, Dios invita al hombre y a la mujer a desposarse, a imagen de Cristo y la Iglesia, para vivir a plenitud el amor verdadero, aquel que se entrega por su ser amado.

Jugársela por amor, no es algo de por sí fácil. Al igual que para el Maestro, hay momentos que este «jugársela» pasa por situaciones de cruz. Momentos donde parece que todo se vuelve cuesta arriba. Pienso en tantos padres, en tantas familias, a las que les falta el trabajo o poseen un trabajo sin derechos que se vuelve un verdadero calvario. Cuánto sacrificio para poder conseguir el pan cotidiano. Lógicamente, estos padres, al llegar a su hogar, no pueden darle lo mejor de sí a sus hijos por el cansancio que llevan sobre sus «hombros».

La Cruz es parte de la vida del ser humano, especialmente del Cristiano – quien debe conocer y abrazar su Cruz constantemente. La Cruz es un símbolo de amor y al mismo tiempo de sacrificio. Es un medio por el cual cada persona puede convertir sus penas en actos redentores en acción de gracias hacia el Creador.

 

La familia es la base de la sociedad, y dentro de la familia podemos considerar al matrimonio como piedra angular y de soporte para la misma. A la luz de la Teología del Cuerpo, entendemos el matrimonio y la familia como la entrega total de Cristo y la Iglesia. El amor esponsal y conyugal de un amor pleno que buscar dar vida. Así es como el Papa Francisco nos quiso recordar, durante su visita a Filadelfia, que no hay amor más puro y semejante al amor de Dios, que aquel que se vive dentro de un matrimonio que busca soñar con Dios y crear una familia.

¡Familia sé lo que eres!

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Fuente:
Aciprensa
https://www.aciprensa.com/noticias/texto-discurso-del-papa-francisco-que-no-leyo-en-el-festival-de-familias-en-filadelfia-88784/