Sin duda alguna, lo que más quiere una persona que ha llegado al otoño de su vida es sentirse amado por sus familiares más cercanos y disfrutar de la compañía de sus hijos.

Sin embargo, la realidad es que el mundo de hoy concibe al anciano como una carga pesada, alguien que necesita de los demás y no puede valerse por si mismo. Esto hace que muchas veces sean dejados en el olvido, siendo la soledad la peor enfermedad con la que tienen que lidiar.

¡Qué doloroso debe ser para una persona vivir sus últimos días lejos de la familia que siempre amó, apartada al mismo tiempo de la casa que construyó con el sudor de su frente! Por más que alguien tenga todas las comodidades habidas y por haber, si le falta el afecto y amor familiar, su hogar se convierte en una casa fría.

Para cambiar esta realidad, es necesario comprender la importancia que tienen los ancianos en la vida de los más jóvenes. En este sentido, vale la pena recordar las palabras de Juan Pablo II:

 “Los ancianos representan la memoria histórica de las generaciones más jóvenes y son portadores de valores humanos fundamentales. Dondequiera que falta la memoria faltan las raíces y, con ellas, la capacidad de proyectarse con la esperanza en un futuro que vaya más allá de los límites del tiempo presente”

De esta manera, se torna imprescindible devolverles a los ancianos sus entrañables sonrisas, terminando de una vez por todas con la concepción negativa de la ancianidad. Una sociedad que destruye a los más débiles termina acabando también con su propio futuro. Cuando las raíces se ahogan, todo el tronco se seca y sus hojas no brotan.