A través de la historia los seres humanos se han enfrentado con la búsqueda del sentido de su vida, cuestionándose sobre su propia existencia y la manera de cómo alcanzar su plenitud. Aristóteles siglos atrás se cuestionó sobre quién es el hombre y el sentido de su manera de actuar, descubriendo que su fin último es la felicidad.
La felicidad es lo que todos los hombres buscamos pero no está allí en las cosas que el mundo nos ofrece. El pasado 20 de marzo se celebró el día internacional de la felicidad y diversos artículos circularon en las redes sociales en las que expresaban maneras de alcanzarla (ser amables, practicar deportes, aceptar el fracaso, pasar menos horas en redes sociales), ello me hizo pensar en lo que significa la palabra F-E-L-I-C-I-D-A-D. Por esa razón, me parece conveniente hablar sobre cómo podemos ser realmente felices, una felicidad que trasciende más allá de este mundo material y temporal. Es cierto, ser amables o el pasar menos tiempo en redes sociales, son tácticas que nos permitirán fortalecer nuestras relaciones personales pero, ¿son esas las verdaderas cosas que nos harán felices?
La felicidad como bien lo dice Aristóteles, es lo que todos buscamos pero para alcanzarla debemos actuar conforme a nuestra naturaleza humana, no basta con vivir, sino vivir bien. Si olvidamos quiénes somos y cuál es nuestra naturaleza nos corrompemos y es cuando dejamos de asumir la responsabilidad de nuestros actos y sucede que hacemos a un lado la libertad por el libertinaje, la verdad por el relativismo y, el bien común por el utilitarismo e individualismo, el resultado, la batalla del bien contra el mal (cultura de la vida versus cultura de la muerte) . La verdad es que nuestra meta en la vida es la felicidad, nadie dice “quiero ser miserable” esto es un hecho. En lugar de sugerir vivir nuevas experiencias, pasar menos tiempo en redes sociales, les diré que la clave para ser feliz es: obrar bien y el vivir bien. ¿A qué me refiero con esto? a que todos necesitamos virtudes y valores para vivir felizmente.
El obrar bien es esencial para lograr la felicidad porque nadie se enorgullece de sus equivocaciones, nadie busca ser mediocre sino exitoso para alcanzar el mayor bien posible. Esto nos lleva al servicio que nos permite alcanzar el segundo elemento para lograr la felicidad: una vida buena porque nos da alegría, paz y armonía, dándole sentido a la vida. Por lo tanto, obrar y vivir bien lo alcanzamos a través de una vida virtuosa. Pero la virtud no es solo realizar actos moralmente buenos, sino querer hacer el bien voluntariamente, y dar lo mejor de nosotros mismos para perfeccionarnos a través de nuestra manera de actuar. El hombre virtuoso es el que practica libremente el bien para ser feliz. Debemos practicar la prudencia para ser precavidos (castidad, pureza, abstinencia), justos para respetar los derechos de cada todo ser humano (respetar la vida del no nacido), tener fortaleza en las dificultades y buscar siempre el bien de los demás (luchar contra el aborto, ideología de genero etc.), tener templanza para no dejarnos llevar por los placeres, es decir, dominar los instintos con la voluntad y razón (el único sexo seguro para prevenir embarazos no deseados en adolecentes es el que es dentro del matrimonio).
Sin embargo, el hombre insiste en rechazar la vida virtuosa y revelarse a su propia existencia, encerrándose en un mundo en el que impone su propia verdad sobre lo que es la felicidad. Como señaló Juan Pablo II: “el eclipse del sentido de Dios y del hombre conduce al materialismo práctico, en el que el único fin que cuenta es el propio bienestar material. La llamada calidad de vida se interpreta como eficiencia económica, consumismo desordenado, belleza y goce de la vida física, olvidando las dimensiones más profundas de la existencia”. El hombre rechaza su propia naturaleza e inteligencia y no entiende cómo alcanzar su felicidad; le resulta más fácil declararle la guerra a la verdad absoluta y ello se vuelve el factor clave de la cultura de la muerte como medio para sustituir las virtudes humanas. En lugar de practicar la abstinencia, el hombre busca justificar sus actos con soluciones inmediatas promoviendo anticonceptivos. Ello sucede porque todos, hombres y mujeres, buscamos ser felices pero muchas veces esta búsqueda nos lleva por el camino incorrecto, se busca el placer como sinónimo de felicidad, y se vuelve una “felicidad” pasajera.
Por esta razón, no podemos olvidar que las virtudes se forjan con principios (derechos) que nos ayudan a darnos cuenta que no vivimos en un mundo irracional y sin sentido, sino que significan que no se puede violar jamás la libertad de ninguna persona. También significan que es absurdo pensar que vivimos en un mundo en el que cada quien es libre de hacer lo que le plazca para ser feliz. Por ello, son las virtudes las que nos ayudan a no corrompernos y superar la cultura hedonista que promueve los derechos sexuales y matrimonio homosexual por ejemplo. Aunque todos buscamos la felicidad y todos somos libres de elegir una forma de vivir y actuar para lograrlo, debemos darle un buen uso a nuestra libertad, diferenciar entre lo bueno y malo. De ello se deriva del porqué es importante proteger la vida desde la concepción hasta la muerte natural. No se trata de oprimir las libertades sino de regular los actos humanos para proteger la vida en la que, no la mayoría, sino la totalidad de las personas seamos felices; libertad no es sinónimo de libertinaje, es sinónimo de actuar para el bienestar común y evitar caer en la indiferencia.
Esta relación entre felicidad y libertad proviene del hecho que nuestra libertad nos hace responsables de nuestros propios actos y nos puede hacer crecer o decrecer en virtudes, nos puede humanizar o deshumanizar; si elegimos el mal sobre el bien nos esclavizamos y nos encontrarnos en un mundo en el que no somos capaces de encontrar nuestro camino hacia la felicidad. Todo lo que hacemos y toda decisión que hacemos está dirigida para hacernos felices. Algunas veces nos preguntamos, ¿Por qué estoy aquí? o si la vida tiene un significado más allá de lo que a primera vista no somos capaces de ver. Para responder a ello, debemos cruzar las barreras que nos limitan ver nuestro potencial como personas, y encontrar nuestro propósito de vida. Cada ser humano es esencial para el mundo, y en descubrir ello, radica nuestro propósito de vida. Estamos aquí para algo más que solo dinero, alcohol, sexo, fiesta (cosas que el mundo nos vende como normales y a la moda). Estamos aquí para algo más que fama, estamos aquí para una grandeza transcendental, una grandeza que proviene de nuestro valor y virtud; estamos aquí para algo más que los lujos temporales, estamos aquí para una felicidad eterna.
El mensaje que deseo transmitir es que la felicidad se alcanza a través del amor que nos hace semejantes, crea igualdad, derriba los muros de la indiferencia y lo que realmente nos da libertad y felicidad es vivir en virtudes y no en una miseria moral que nos hace esclavos del vicio (lujuria, drogas, pornografía etc.). Es realmente lamentable ver cuántas personas han perdido el sentido de la vida cuando toda vida es suficientemente valiosa, solo hay que saber vivirla bien. Cada hombre es fin en sí mismo y por sí mismo porque posee libertad para alcanzar su plenitud (felicidad).
C.S. Lewis dijo: “Si no creemos en un comportamiento decente ¿por qué íbamos a estar tan ansiosos de excusarnos por no habernos comportado decentemente? La verdad es que creemos tanto en la decencia –tanto sentimos la ley de la naturaleza presionando sobre nosotros- que no podemos soportar enfrentarnos con el hecho de transgredirla y en consecuencia intentamos evadir la responsabilidad…Porque es sólo para nuestro mal comportamiento para lo que intentamos buscar explicaciones. Es sólo nuestro mal carácter lo que atribuimos al hecho de sentirnos cansados, o preocupados o hambrientos; nuestro buen carácter lo atribuimos a nosotros mismos. Todos debemos ser lo suficientemente valientes y tener el coraje para saber ser felices mediante nuestras decisiones diarias. Solo encontrando el sentido de nuestras vidas podremos vivir plenamente y felizmente.