¡Para hacer cosas extraordinarias hace falta un poco de locura!

Se comenta que en las tierras de Villa Tevere vivía un hombre que tenía tanta devoción por el Niño Dios que se deleitaba acunando en sus brazos una pequeña estatua de un Jesús en pañales. ¡Le mecía, le cantaba y hasta bailaba con él! A veces le decía con una voz cálida de padre: “Me gusta verte chiquitín, como desamparado, para hacerme la ilusión de que me necesitas”.

De tal magnitud era su locura que una tarde, lo fue a visitar un prestigioso psiquiatra llamado Victor Frankl. Con esta tremenda frase resumió el doctor su encuentro personal: “Este hombre lleva en la cabeza una auténtica bomba atómica”. ¡Efectivamente cercioró su locura! Pero para aquel entonces sería una locura muy especial…

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Después de ratos de oración, un 2 de Octubre de 1928 por un hálito de inspiración divina, Dios le encomendó algo verdaderamente “groso” (casi del tamaño de una bomba atómica).

¿Qué imagen se proyectaba en sus retinas? La imagen de millones de personas de todas las razas y culturas con ansias de encontrar a Dios. ¿Dónde lo buscarían? En el medio de la vida ordinaria, ahí donde esta el estudio, el trabajo y las amistades. Lo que vio fue miles de almas con ganas de parecerse a Cristo y dejarse transformar por él. Ni más ni menos que la llamada universal a la Santidad. ¡Una verdadera revolución silenciosa del alcance de la Santidad! Pues, era una llamada para todos y para todas, sin importar si visten sotana o habito. Una santidad para personas comunes y corrientes con el corazón encendido por el fuego de Cristo… Llegó a decir: “Tenía yo veintiséis años, la gracia de Dios y buen humor, y nada más. Y tenía que hacer el Opus Dei”.             

De cien almas nos interesan las cien… “En todos los sitios donde una persona honrada puede vivir, ¡ahí! Tenemos nosotros aire para respirar; ¡ahí! Debemos estar con nuestra alegría, con nuestra paz interior, con nuestro afán de llevar las almas a Cristo. ¿En qué sitios? ¿Dónde están los intelectuales?, donde están los intelectuales. ¿Dónde están los trabajadores que trabajan cosas manuales?, donde están los trabajadores que trabajan cosas manuales. ¿Y cuál es mejor, de esos trabajos? Y os lo diré como todos los días os he dicho: es mejor aquel trabajo que se hace con más amor a Dios. Y vosotros, cuando hacéis vuestro trabajo y ayudáis a vuestro amigo, a vuestro colega, a vuestro vecino, de manera que no lo note, le estáis curando, sois Cristo que sana, sois Cristo que convive, sin hacer ascos”.

Un hombre de gafas enormes que predicaba una verdadera locura de amor hacia el prójimo. Colmado de un cariño inmenso hacia lo demás que se reflejaba en el fulgor su sonrisa…

Una vez en su visita por Buenos Aires, le preguntaron:

-Cuando usted se vaya, Padre, ¿Qué quieres dejarnos en el corazón a todos sus hijos sudamericanos?

-Que sembréis la paz y la alegría por todos lados; que no digáis ninguna palabra molesta para nadie; que sepáis ir del brazo de los que no piensan como vosotros. Que no os maltratéis jamás: que seáis hermanos de todas las criaturas, sembradores de paz y de alegría.

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Son estas algunas de las enseñanzas de San Josemaría Escrivá, un hombre que en su “divina locura” supo llevar en sus brazos a un Dios pequeño y humilde para hacerlo presente en la vida ordinaria de los demás.