Recientemente platicaba con otro colaborador de este mismo blog sobre los retos cotidianos de ser un joven conservador, retos que van desde participar en una plática de sobre mesa hasta ser discriminado por no seguir las corrientes progresistas. Ya entrada la conversación llegamos a la conclusión de que, en un ámbito social juvenil, es importante ser prudente al hablar y saber elegir las batallas en las cuales nos involucramos, porque muchas veces un argumento coherente en un momento inapropiado puede causar más efectos negativos que positivos.

Mi reflexión es que, en las pláticas de temas polémicos y divisivos, un conservador tiene la ventaja de contar con argumentos religiosos para defender su postura. Un apoyo sustancial de las ideas tradicionales es la Biblia, dentro de la cual se puede encontrar el fundamento para prácticamente cualquier argumento conservador. Usar la Biblia y la doctrina religiosa como evidencia y sustento teórico y teológico para la argumentación pudiese resultar coherente de botepronto, principalmente para el expositor del argumento. Sin embargo, es importante tomar en cuenta la postura del interlocutor, para quien sonarán huecas o incluso causarán aversión las evidencias bíblicas. Si el frente conservador se limita o recurre constantemente a los argumentos religiosos, es evidente que pudiese ganar un debate de ideas, ya que considera a las máximas religiosas como una verdad absoluta. Pero considero que el gran reto es llevar la conversación a terrenos neutrales, o incluso al terreno del contrario. Ahí es donde ganar la discusión tiene el efecto deseado. Usando palabras cancheras, al otro equipo le pesa más y le pone a reflexionar el hecho de que le ganen en su cancha, en su terreno, porque ganar de local, usando elementos religiosos, es más sencillo que aventurarse a la zona de confort del contrario y hacerlo ahí, en terrenos científicos, legales, políticos y demás.

Por eso es que creo que el grupo conservador tiene el reto de secularizar los argumentos; de evitar los elementos religiosos y de usar a favor todas las evidencias, por ejemplo, del inicio de la vida en el vientre, de los efectos negativos del aborto, las cifras de opositores a la ideología de género,  las decisiones de las cortes de derechos humanos en todo el mundo, entre muchas otras para enriquecer la argumentación y ser coherentes en el debate. Y, por encima de todo, predicar con el ejemplo en las situaciones más cotidianas, aquellas comunes para todos. Porque a veces hace más eco un silencio prudente que un ruido estrepitoso.