Si algo caracteriza a nuestra generación es la negación de la realidad como forma de vida tratando de llenar un vacío espiritual cada vez mayor con todo tipo de despropósitos que van desde acabar con la naturaleza humana hasta salvar al planeta.

En la evolución lógica del despreciable mundo de “eres lo que sientes”, el triunfo de los sentimientos sobre la razón y especialmente de la realidad, nos ha llevado a escuchar con total desparpajo, especialmente en medios masivos de comunicación, que el sexo es cosa de elección, que al nacer nos es asignado por el médico en turno, que se trata de un constructo social y que nada tiene que ver con la naturaleza del ser humano. 

Durante la vasta mayoría de la historia de la humanidad, sumando sus épocas, movimientos sociales, prevaleció el que: “la verdad te hará libre”, frente a esto la posmodernidad ahora dicta: “la libertad te hará verdadero”… la libertad de elegir incluso tu sexo, nada más lejano de la realidad… De modo que en pleno Siglo XXI  ya no se es hombre o mujer sino que el sexo es una cuestión subjetiva y cada quien puede decidir qué quiere ser aunque lo que se elija quede totalmente disociado de la realidad y signifique ir en contra de lo más básico de la persona: su realidad biológica.

Cuando olvidamos lo fundamental o decidimos conscientemente hacerlo a un lado, se producen debates que necesariamente acaban derivando en consecuencias verdaderamente trágicas para individuos en particular y para la sociedad en general.

Afirmar que no existen diferencias entre hombres y mujeres y pujar por forzar ese repugnante igualitarismo, como el feminismo lo llama, ha conseguido separar completamente la identidad de la persona de su realidad biológica y fundamentarla en sentimientos y percepciones tan cambiantes como el clima.

Lo pintan como una aventura, como si fuera una especie de camino de descubrimiento personal en que aquellos que defendemos la realidad biológica y la verdad somos tiranos que pretendemos hacerles caber en nuestro arcáico mundo. Los esfuerzos no van solo en lo mediático, estos delirios colectivos poco a poco ha ido alcanzando en nuestros países el estatus de política pública y ley, por supuesto, cobijados con la aprobación de organizaciones internacionales que lejos de buscar el progreso real de las naciones y de la sociedad en general pareciera que están comprometidos con su exterminio.

Aunque no todo son malas noticias: el camino no es tan oscuro porque siendo francos, nadie está exento de sufrir las consecuencias de implantar delirios como realidades. Como ejemplo claro, tenemos al movimiento feminista que basado en sentimentalismos fácilmente rebatibles con hechos y datos, presumía de estar construyendo un nuevo mundo donde “cada quien es lo que quiere ser”.

Sin embargo, con la promoción masiva de la ideología trans el feminismo se ha visto seriamente amenazados porque , si cualquiera puede ser “mujer” o por lo menos “percibirse como una” entonces es difícil sostener la mentira de la desigualdad tan terrible entre hombres y mujeres, la farsa de que existe una discriminación sistémica y casi natural por parte del malvadísimo patriarcado, esto ha llevado a algunos integrantes del movimiento a pujar porque no es una cuestión de “decidir ser mujer” y parece que han llegado al punto de donde salieron: no somos iguales, sí existen diferencias y la percepción no vale para todo.