Por excelencia, el ser humano más importante de la Sagrada Escritura es Jesucristo, verdadero miembro de la Trinidad y verdadero hombre. La unión hipostática que reúne los atributos terrenales y sagrados hacen de él un ejemplo a seguir además de ser el pilar fundamental en la sucesión de varones que representan al hombre en la Biblia.

Sin embargo, Dios vio desde la creación la soledad del hombre y en un acto de magnanimidad construyó a su complemento perfecto. La mujer vino a establecer el bello fenómeno de la maternidad al ser la ayuda idónea, la esposa perfecta y la madre trabajadora que junto con el hombre instruyen a los hijos con el cariño de los valores cristianos. La figura femenina tiene un papel vital en la Biblia que a veces no recibe tanta atención pero que su trabajo es preciso e irreemplazable en el desarrollo de los grandes personajes dentro de su historia.

Sara, esposa de Abraham, tuvo fe en concebir un hijo a su avanzada edad. Ella recibió un galardón que ninguna otra mujer en la Biblia tiene la potestad de poseer: Dios habló directamente con ella y le explicó sus planes de engendrar un varón que iba a ser parte del linaje de su pueblo, su escogido. Ella lo llamó Isaac (el primer nombre ordenado también) y lo demás es historia.

Qué hablar de Rut y de Judit, mujeres valientes del Antiguo Testamento. Qué hablar de la Virgen María, portadora del regalo más sublime del mundo. Dio luz a la luz, al Mesías que redimió al mundo con su voluntario sacrificio. Pero más que nada, Maria fue verdadera Madre, núcleo central de la familia y encargada junto con José de educar a Jesús. Obediente, trabajadora y paciente. Rahab y María Magdalena, mujeres de vida fastuosa, abrieron sus ojos al plan que Dios les puso en el camino y tornaron su vida en postre del plan que él les dispuso.

Se encuentran paralelismos evidentes entre el valor de la mujer en tiempos bíblicos a los de hoy en día. Es claro que la mujer, como figura materna, trabajadora y educativa (ninguna de éstas siendo características mutuamente excluyentes) es una pieza en el rompecabezas de la familia. El trabajo que las mujeres desempeñan tiene un crédito imposible de cuantificar que en parte se refleja por medio del éxito laboral y el sacrificio formativa de la maternidad.

Todo esto simplemente nos hace pensar en la grandeza de Dios, el alquimista perfecto que pudo transfigurar una costilla del hombre en la creación más diligente sobre la tierra.  Desgraciadamente, ellas muchas veces no son recordadas a la par de las historias de Daniel, Noé o David; pero pronto, el mundo verá con ojos cambiantes la realidad de las proezas que por su naturaleza femenina las hicieron destacar. Porque siempre abogo que de cierta forma, sus hazañas son equiparables a velar con leones, construir un arca o vencer a un gigante.