En la sociedad actual está de moda la “salvación” de la tierra. Es a todas luces evidente que el hombre se excedió en sus ambiciones de producción, y ahora estamos sufriendo las consecuencias —bosques destruidos, animales en extinción, escasez de bienes y materias primas—; pero… ¿lo que estamos haciendo para mejorar el ambiente es lo correcto?
Y no quiero que esto se interprete de forma errónea: en verdad creo que tenemos una obligación irrenunciable de cuidar la casa común, y que esto debe hacerse con medidas diseñadas para resarcir los daños causados durante siglos de operación industrial descuidada. Sin embargo, lo que yo cuestiono es el punto de partida desde el cual se toman acciones.
El siglo XXI se caracteriza por su profundo pragmatismo: en muchas ocasiones ya no importa realmente por qué se hacen las acciones, sino solamente su resultado. Sin embargo, no podemos ignorar que la perspectiva sobre la realidad de las cosas influye de manera determinante en las finalidades que se persiguen y en los resultados que se obtienen.
La salvación del medio ambiente normalmente es patrocinada por “pseudoreligiones” espiritualistas, y/o se encuadra en la contraposición ser humano contra naturaleza —como, por ejemplo, las fotos y videos que muestran la supuesta superioridad moral de los animales sobre el ser humano—, alimentando una especie de “rencor” del ser humano contra su propia raza. Puede ser que las acciones inspiradas por estas formas de pensar tengan efecto benéfico para la tierra, pero nunca podrán ser verdaderamente integrales para solucionar aquello que aqueja tanto a los animales como a los hombres.
Claramente, no tiene sentido trabajar por el medio ambiente si esto significa destruir el trabajo de las personas que más las necesitan. De la misma manera, es irracional crear empleos que sostienen sistemas económicos profundamente injustos y que dañan el planeta en que vivimos.
Tengo la plena convicción que el desarrollo del mundo no puede conseguirse en la continua lucha de los hombres contra la tierra, y viceversa. Estoy seguro que existen puntos intermedios que permiten la coexistencia ordenada y pacífica del hombre y la naturaleza; pero para lograrlo se requiere pureza de intenciones, y propuestas valientes y técnicamente viables. Y, claramente, esto nunca se logrará basados en un capitalismo salvaje o en un animalismo furioso y lleno de rencor.
Trabajar por el medio ambiente debe partir de una perspectiva integral, que también tome en cuenta a las personas, sus aspiraciones, sueños y sufrimientos. ¿Será sencillo? Por supuesto que no. Pero la verdadera salvación de la tierra y la humanidad lo ameritan.