La Pascua se ha tornado en un tema concurrido entre creyentes y no creyentes como una conmemoración en donde la cultura popular lo ha asociado a la primavera, los conejos y la búsqueda de huevos decorados.

A veces es imposible no culparlos, pues no es un secreto que las vacaciones de Semana Santa y Pascua son un verdadero alivio para el estudiante o el trabajador. Cada año, este descanso sirve como un oasis entre el invierno y el verano, en donde regresando se da el último estirón para llegar a las vacaciones de verano

Esto ha provocado que en ocasiones se pierda la noción del verdadero significado de la Pascua. Indudablemente, este periodo es el más importante del año para un cristiano, aún por encima de la navidad. Es por esto que escribo, porque todos debemos tener en nuestra conciencia el verdadero valor de la Pascua, la cual trasciende muy por encima de unas vacaciones o la naturaleza.

Antes de que se revelara la Tierra Prometida, el pueblo de Israel era esclavizado por los egipcios. Fue entonces cuando Dios, a través de Moisés, liberó a sus escogidos y realizó el milagro del Mar Rojo para darle libertad a su descendencia. Al éxodo- que se relata en el libro de la Biblia homónimo- se le conoce como la primera Pascua.

No obstante, cientos de años después el valor de este periodo tomaría un valor todavía más especial. Fue en la era de Jesús de Nazaret, quien a los 33 años fue condenado a la crucifixión durante la Pascua judía. Durante la Pascua se celebra la resurrección del Hijo de Dios, hecho que sella lo sagrado que son estas semanas.

En la Pascua es donde culmina la obra de la salvación: aquel momento en que Dios sacrifica a su hijo unigénito para redimir a la humanidad pecadora. En esto se basa la doctrina cristiana, en el mártir de Jesucristo que voluntariamente se ofreció a dar la vida por nosotros. De ahí en adelante lo demás es historia. Sin la Pascua no hay cristianismo, por lo tanto, es nuestro deber exaltar estos días.