El domingo pasado fui a los toros por primera vez, como todo un “villamelón”. Por lo mismo, ni defiendo ni ataco a la llamada “fiesta brava” —y no planeo hacerlo en el presente escrito—, pero sí tengo que admitir que existen algunos elementos que me llamaron mucho la atención, que me parece que están relacionados con la visión cristiana y que vale la pena reflexionar en este texto. Y reitero, no busco promover ni desincentivar la tauromaquia, sino repensar sobre los elementos que le componen.

Los dos elementos que quiero abordar tienen que ver con la muerte y la vida: el rito y la subjetividad.

De inicio, no puede negarse que, de una u otra forma, en las corridas de toros hay muerte. Sin embargo, el evento no nos la presenta de la forma cruda y bárbara en que la parca se presenta todos los días en nuestras sociedades, sino que la reviste de una ceremonia llena de reglas y símbolos con claros mensajes de honor, combate, victoria, y derrota. Al final, nos hace pensar en toda la mística que rodea a la muerte (en contraposición a la cotidianidad, donde el paso al más allá parece casi un trámite administrativo), pues ésta no consiste en simplemente en exhalar el último aliento, sino en todo un recorrido de lucha contra nosotros mismos en los últimos momentos en que podemos tomar decisiones frente a la eternidad.

Por otro lado, comprendí un elemento de la vida al ver a los espectadores de la fiesta brava. Los aficionados taurinos observaban con detenimiento cómo se enfrentaba el torero al animal, en una lucha que no sólo envolvía fuerza física, sino inteligencia, reflejos, entrenamiento, y un gran derroche de elegancia. Si bien esto me sorprendió, cuando salí de la plaza hablé con varias personas que me hicieron recordar que hay gente que se opone de manera categórica a que exista el toreo y que lo consideran una muestra primitiva y cruel de la brutalidad humana. Pero, como el torero enfrenta al toro, creo que nuestras sociedades deberían tener la capacidad y voluntad de compartir sus visiones subjetivas sobre la vida y la muerte para poder acercarse cada vez más a una verdad objetiva sobre ellas. No recuerdo haber visto (a pesar de haberlo buscado) ningún debate medianamente razonable sobre si esta tradición debe conservarse o no; sino únicamente postulados de una u otra postura que califica a los contrarios como ignorantes. ¿Esto es muestra de una sociedad madura y con visión trascendente, o lo contrario?

Sí, aún nos queda un largo trecho por recorrer para construir la comunidad que queremos; pero estoy seguro que podemos aprender de muestras culturales como los toros para acercarnos más a ella. Y podríamos comenzar por enfrentar, de manera verdaderamente racional y respetuosa, nuestras apreciaciones subjetivas sobre algo que podría parecer tan banal como una corrida de toros. Esta acción en la vida social creo que sería claro ejemplo que hemos recibido las lecciones de eternidad y muerte que nos da la fiesta brava.