La batalla contra la familia es un hecho latente desde finales del siglo XX. La institución base por excelencia de la sociedad, ha sido víctima de constantes ataques por más de 50 años (quién pudiera olvidar y borrar los efectos contraproducentes de la revolución sexual). Y es que hoy por hoy estamos siendo mayoritariamente gobernados, dirigidos y educados por los hijos de esa revolución, la cual tuvo su inicio a principios de 1950 y su máximo desarrollo entre 1960 y 1980.

Evidentemente una de las mayores luchas de aquella rebelión fue la igualdad entre mujer y hombre. Y no dudo que los ideales por los que surgió el movimiento fueron nobles y completamente altruistas. Si no fuera por la lucha constante de aquellas mujeres aguerridas yo sería incapaz de estar escribiendo estas líneas, por ejemplo. Pero es a partir de este momento histórico donde se empieza a transformar la cultura, y donde pareciera como si todas aquellas instituciones que fueron creadas para salvaguardar al núcleo básico de la sociedad, la familia, se hubiesen volcado en contra y trabajaran incansablemente para reemplazarla y eliminarla de la faz de la tierra.

Actualmente estamos inmersos en un sinfín de problemas sociales: abuso de sustancias (legales e ilegales), embarazos adolescentes, violencia, abuso sexual, promiscuidad, suicidios, pobreza, entre otros. Y suponemos que las grandes instituciones (léase el gobierno en turno, por poner un ejemplo, me encantan los ejemplos) son las responsables de solventar todas estas temáticas complejas. Tenemos la falsa idea de que los problemas macro deben ser resueltos a través de soluciones macro (léase leyes e impuestos), sin embargo olvidamos que aquella institución básica por excelencia, olvidada e infravalorada, puede y debe ser la solución a todos estos problemas sociales que vivimos en la actualidad.

La revolución sexual nos trajo, entre muchas otras cosas, la normalización de las relaciones sexuales casuales, las uniones de hecho, la aparición de hijos fuera del matrimonio, la anticoncepción, el aborto, el retraso en la edad de contraer matrimonio (o la anulación completa de la idea de casarse) y el divorcio. Todas las anteriores son elementos devastadores para la cultura de familia en la sociedad, por lo tanto todas son causa directa de muchos de los problemas sociales que vivimos hoy en día.

¿Pero qué tiene que ver una cosa con la otra? Para muchos es tan claro como el agua, para quienes no he aquí un intento de explicación. La familia es el lugar ideal donde el ser humano debe nacer y desarrollarse. Para que el desarrollo de una persona sea medianamente exitoso este debe darse dentro de una familia estable, cosa que es bastante difícil de encontrar ya que no existe la familia perfecta. Si actualmente vivimos en una sociedad que no promueve ni motiva al individuo a formar familias sanas y estables (porque estamos topados de una cultura que se enfoca mayoritariamente en lo sexual y quiere evadir cualquier tipo de compromiso y/o responsabilidad) ¿cómo podemos esperar que nuestra sociedad sea sana y se desarrolle de manera positiva? ¿Cómo pretendemos eliminar nuestros problemas si no empoderamos a las familias para que formen y eduquen ciudadanos ejemplares?

Las grandes instituciones se han dedicado a aplastar, infravalorar y reemplazar el rol de la familia. Desde las largas horas laborales –que alejan a los padres de familia de sus hijos y sus hogares –,  los medios de comunicación, entretenimiento e internet– que nos lavan la cabeza con anti-valores –, las instituciones políticas y gubernamentales –que les gusta jugar de papá y mamá y quieren suplir los roles de la familia –, hasta los centros educativos –quienes muchas veces no velan por los intereses de los padres –, por mencionar algunos, existe una transformación cultural masiva contra la familia que ha venido apoderándose –silenciosamente– de nuestro ser y de nuestro entorno.

Así como no podemos hacernos de la vista gorda con la problemática social mundial, tampoco podemos seguir ignorando que es dentro y a través de la familia como vamos a poder empezar a mejorar como comunidad.

Los hijos de la revolución sexual nos quieren engañar haciéndonos creer que la solución está en el gobierno, en los activistas, en las leyes, en los impuestos. Pero aunque le pese al lobby LGBTI, aunque le pese a las Naciones Unidas, aunque le pese a las feministas radicales, a los “progres” y  a todos los que vienen trabajando años en engañar a la sociedad, ¡la solución está en la familia!