El concepto “realpolitik” refiere una visión de la política partiendo del “realismo” de sus circunstancias y fines (en contraposición del idealismo). Sin embargo, podríamos decir que este concepto, además, conlleva la preocupación por conservar el poder, un elemento que ha estado presente en todo el transcurso de la historia. Desde las conquistas romanas hasta la expansión de Daesh, existe un continuo interés por poseer más y mandar más; en gran parte de las ocasiones, guiados por intereses egoístas.

Conforme ha avanzado la historia se han formado “cúpulas de poder”, que lo pervierten y lo alejan de los pueblos: desde tráfico de influencias en Chile, pasando por corrupción petrolera en Brasil, hasta la narcopolítica mexicana y los intereses financieros y liberales en Estados Unidos. Y un claro fruto del asco que despiertan la podredumbre y la mentira que parecen reinar en la política es la postura de las personas comunes y corrientes: “la gente decente no se mete en política”.

Partiendo del hecho que la participación política es un derecho de todo ciudadano y un deber moral de todo cristiano, creo que resulta relevante cuestionarnos por qué la participación cristiana muchas veces no ha tenido los mejores resultados en este campo, y más en la última década. ¿Será que la política no está hecha para la verdad y el bien común, o será que pecamos de idiotez disfrazada de “buenismo”?

A mi parecer, en este punto existen dos ideas que hemos sacado de nuestra mente al participar, volviéndonos torpes e ineficientes al actuar.

En primer lugar, partir de un verdadero humanismo que es la base de la fe cristiana, mismo que no sólo abarca el matrimonio, la libertad religiosa o el derecho a la vida, sino que también incluye el derecho a la vida digna, el desarrollo económico sostenido y global de las sociedades, la mejora conjunta de los ciudadanos en las virtudes personales y sociales. En esencia, recordar que el cristianismo no es una concepción excluyente de la realidad, sino una visión integradora de la misma.

En segundo lugar, y en línea con los conceptos anteriores, entender que la defensa de las implicaciones de nuestra fe en la esfera pública tiene que tener también un cierto ingrediente de “realpolitik” en el uso del poder, sin caer en el cinismo o la falta de caridad. Parece ser que sólo queremos recordar que el cristiano no es del mundo, olvidando que el cristiano (le guste o no) está en el mundo (Jn 17, 11-16).