A la memoria del P. Jacques Hamel, martir

El Papa Francisco es una persona que ha dado mucho de qué hablar desde su elección como Papa. Las posturas al respecto no son nuevas, sino que son un resurgimiento (especialmente después del Sínodo de la Familia) de lo que ya se vio desde el Concilio Vaticano II: aquellos que piensan que la Iglesia se está desmembrando por las palabras del Papa; y aquellos que piensan que la Iglesia debe “modernizarse” aún más allá de cualquier comentario que se haya hecho hasta ahora. Es escandaloso ver cómo en internet corren ríos de palabras atacando al Papa por levantarse en contra de lo que ellos entienden como “la doctrina verdadera” o aplaudiendo sus pasos para incluir lo que supuestamente la Iglesia “siempre había excluido”.

No puedo evitar expresar una y otra vez mi coraje y mi molestia por estas posturas que en muchas ocasiones, en lugar de ser inspiradas por un sano espíritu de la búsqueda de la verdad y de amor a Cristo, a la Iglesia y a las personas, están enraizadas en soberbia y egoísmo, en “buenismo burgués”. ¿Cómo puede ser que mientras le cortan el cuello a un sacerdote en Francia, el nivel del debate sea sobre si el punto y la coma de la Encíclica Laudato Sii o de la Exhortación Apostólica Amoris Laetitia deberían acomodarse distinto? ¿En verdad somos tan miopes como actuamos?

En esta falsa encrucijada se busca encerrar a los católicos, y (pareciera ser) que ninguno de los grupos se dan cuenta que en realidad, quien pierde con esas posturas, es la Iglesia y su unidad. Sin embargo, creo que hablar simplemente de “un justo medio” entre las dos posturas es una idea parcialmente verdadera e incompleta. Creo que este momento de la historia reclama a los católicos volvernos más radicales que nunca. ¿Esto tiene algo que ver con el extremismo? Todo lo contrario.

El concepto “radical” está definido por la Real Academia Española de la Lengua como “Perteneciente o relativo a la raíz, fundamental o esencial”; y esto es justo lo que tenemos que hacer: volver a las raíces, volver a observar el rostro de Cristo en nuestros hermanos y tenerlo a Él como fuente de verdad. En esta línea, tendrá sentido meditar sobre la familia y sus problemáticas, y discutir sobre el Papa y su infalibilidad (tan incomprendida muchas veces). En esta línea, retomando lo que es verdaderamente importante, podremos en verdad hacer Iglesia.