Y es que esta frase, aunque sea la más cliché, es la que se acerca a describir la travesía que 35 iberoamericanos y yo realizamos hacia Santiago de Compostela.

El legendario Camino de Santiago nos recibió con un atípico clima soleado que eliminaba uno de los menores retos que representa este trayecto: los usuales chubascos que hacen la tierra difícil e incómoda de caminar. Y digo que es el menor de los retos porque, aunque fuertes tormentas pueden ser un obstáculo, las verdaderas batallas son aquellas que se llevan internamente durante el Camino. Esta ruta que conmemora la labor evangélica del Santo Santiago el Mayor en el norte de España y que es recorrida al año por aproximadamente 400,000 peregrinos es una invitación a la introspección y a los cuestionamientos personales más profundos. El peregrino debe recorrer trechos tan diversos que sorprenden. Un sendero natural rodeado de árboles pintados de otoño desemboca en una vía pavimentada que bordea una gran fábrica que después se conecta con un estrecho callejón entre casitas humildes. Cada tramo muestra un pedacito de mundo en donde el objetivo es siempre seguir las flechas amarillas que indican el camino. El camino está hecho, está dado, pero está en espera de que cada persona lo recorra, viva y haga a su manera. Este trayecto invita a la hermandad con aquellos que lo acompañan pero muy especialmente invita a la introspección, al examen de conciencia y a la alineación de las metas personales.

Es difícil encontrar las palabras que expresen la sensación de hablar con uno mismo mientras se avanza. De inicio uno se enfrenta con el miedo; no el miedo de hablarse, sino de escucharse, porque no siempre nos decimos lo que queremos escuchar. En esos momentos de silencio exterior pero de diálogo interno, se evidencian las veces en las que uno se miente a sí mismo y llega el momento de sincerarse con todos los “yo´s” para unificarlos en la esencia intrínseca. La conclusión del Camino representa un logro individual tanto físico como espiritual y cuya magia perdura por largo tiempo. La maravilla del viaje deja el reto de extrapolar estas sensaciones a la vida diaria para ejercitar nuestro diálogo interior y hacer camino al andar.