“Cuix amo nican nica nimonantzin?”, “¿No estoy yo aquí que soy tu madre?”
El día de ayer, 12 de diciembre, se conmemoró una vez más el día de la Virgen de Guadalupe, y tengo que admitir que esta celebración me llena de alegría y reflexiones. Y es que el “fenómeno guadalupano” es algo totalmente irreal para el pueblo mexicano. ¿Cómo puede ser que la Villa de Nuestra Señora de Guadalupe sea el centro de peregrinación más importante del mundo? ¿Qué es eso que hace que el amor a la Morenita del Tepeyac perdure en todo México a pesar de los retrocesos que parece sufrir la postura de la religión católica en el país?
En este escrito no me planteo discurrir sobre la verdad histórica de Su aparición, ni sobre las implicaciones simbólicas y religiosas que tiene, sino sobre el efecto tan importante que ha tenido en la formación de la identidad del pueblo bendito del que orgullosamente formo parte. Pues aunque México tomó rasgos importantísimos de su identidad en el siglo XIX, y es un país independiente desde 1821 cuando el Generalísimo Agustín de Iturbide entró triunfante en la Ciudad de México, existe como un todo unificado a pesar de todas las diferencias que existen en su territorio desde 1531 que la Virgen se hizo presente al pobre indio (San) Juan Diego Cuauhtlatoatzin. En efecto, este hecho no vino a marcar la supremacía de los indios sobre los españoles (ni viceversa); sino que los llevó a conformar una unidad en la fe, la vocación y las visiones del mundo a pesar de las castas (divisiones sociales y raciales existentes): hizo nacer el ethos del pueblo de México.
Reflexionando sobre estos y otros temas, me pongo a pensar sobre lo importante que es que todos los pueblos del mundo reflexionen sobre lo que los hace diferentes unos de otros. No se trata de cultivar nacionalismos —que tan malas experiencias dejaron con las guerras mundiales—, sino de fomentar las identidades personalísimas de cada quien, pues si no nos reconocemos distintos entre nosotros, no podremos celebrar y aprovechar esas diferencias. ¿Qué tiene de bueno pensar que no existen distinciones entre las personas y los pueblos? ¿qué ventaja tiene que las naciones sean sustituidas por una masa amorfa y sin personalidad?
Y con esto vuela mi mente a mis amigos de Estados Unidos, Polonia, Argentina, Brasil, España, Francia, Inglaterra, Suiza, Chile, Italia, Alemania… ¿Cuál es su identidad? ¿Qué rasgos nos hacen distintos y a la vez tan complementarios como hermanos en la raza humana? ¿Cuáles son nuestras virtudes y vicios predominantes? Y la idea fundamental de todo esto es: ¿Cómo está llamado mi país a contribuir al bien común global? Creo que, una vez que pensemos en esto, será más sencillo que las personas, como representantes individuales de sus comunidades nacionales, puedan trabajar en equipo para construir un mundo mejor, cada vez más justo y más humano. Y si esto lo podemos reflexionar desde un hecho como las apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe (a quien yo, como mexicano, considero mi Madre en la fe y en la patria), creo que podemos enriquecer aún más nuestra vivencia en comunidad mundial.