Toda mi vida he crecido escuchando quejas por la opulencia de la Iglesia. Parece broma la cantidad de sitios de internet que explican cómo el Papa podría acabar con la pobreza en el mundo si vendiera todos los tesoros del Vaticano, únicamente para dar un triste espectáculo de su rabioso anticlericalismo y su evidente ignorancia. Estoy de acuerdo que la pobreza es un elemento fundamental del pensamiento Cristiano que viene del Dios infinito, rico y poderoso que se hizo limitado, pobre y débil para salvarnos; pero, ¿por qué ponemos los austeros zapatos que usa Su Santidad Francisco por encima de sus enseñanzas sobre la misericordia y el amor? ¿cómo hemos dejado que se desvirtúe la doctrina de la Iglesia sobre el Dios verdadero por centrarnos en un materialismo vacío?

Tengo que admitir que cuando escucho todas estas quejas por el dinero de la Iglesia, la primera respuesta que se me viene a la mente tiene mucha molestia: si yo le quiero regalar mi dinero a la Iglesia todos los años, creo que el único que tendría cierto derecho a fiscalizar su uso, sería yo. Si le doy millones de pesos al sacerdote de mi parroquia para que él lo use en lo que considere conveniente, ¿por qué va a venir alguien a cuestionar si se compra un traje, un coche, o si va a comer en un restaurante fino? ¿No sería a fin de cuentas, mi problema por regalar mi dinero?

Transfiriendo esta idea a las riquezas artísticas que posee la Santa Sede o la Arquidiócesis de Guadalajara, ¿quién se atreve a pedirle a Miguel Ángel o a sus mecenas que vendan la escultura de “La Piedad” para darle a comer a los niños en África? ¿Por qué le van a negar a un artista que done sus creaciones a la institución religiosa que sea su voluntad? Además, ¿es preferible que se desnuden las paredes de las Iglesias para enviar el arte a colecciones privadas, en lugar de permitir la socialización del arte en nuestra (de por sí) polarizada sociedad actual? Todas estas ideas (que expreso con molestia, lo admito), demuestran el pragmatismo torpe, la falta de respeto por la libertad ajena y la cortedad de miras de los críticos de blog que llenan el internet de falacias.

No obstante lo anterior, me he puesto a pensar que la donación a la Iglesia debe tener una justificación más allá de la libertad personal y la economía social. Después de darle muchas vueltas a estos pensamientos, en esta temporada navideña me vino a la mente la respuesta escuchando la homilía de la misa de Noche Buena. El Sacerdote (basándose en el mensaje del Papa Francisco) explicaba como el significado de la Navidad no eran ni los regalos ni la compañía de la familia, y tampoco tiene que ver con dar a los demás. Estas ideas se desprenden de una cierta des-sacralización de la religión; pues con la buena intención de acercar la religión a las personas, se aleja de Dios. En efecto, no se trata de creer en una entidad completamente alejada del mundo en que vivimos, pero tampoco podemos convertir la religión en un humanismo espiritualista/sentimentalista vacío. Al final, el verdadero significado de la religión es acercar nuevamente al hombre a Dios: no olvidemos que la palabra “religión” viene del vocablo “re-ligare”, ligar nuevamente.

Teniendo esto en mente, es claro que la religión no deja de ser humanista, pero es humanista por la visión trascendente del mundo que implica. La religión me llama a ser bueno con los demás porque Dios es bueno conmigo y porque veo su rostro en todos los seres humanos (ricos o pobres). En este sentido, el significado de la Navidad tiene que ver con el nacimiento de Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre. Y es este hecho —fundamental en la historia del mundo— el que me llama a dar regalos, a estar con la familia, a darme a los demás. No es que haga estas cosas porque yo soy bueno, sino porque quiero actuar como el Dios que quiero seguir todos los días de mi vida.

¿Cómo relaciono todo esto con el tema del arte sacro? En primera instancia, entendiendo la verdadera entidad del arte que se hace a Dios. Miguel Ángel y sus mecenas no le regalaban “cosas bonitas” al Papa en turno, sino que ofrendan su trabajo y su dinero al Dios en que creen, mientras la Iglesia es sólo su depositario. Por eso tiene lógica que haya pastores pobres en la Iglesia, pero centros de culto llenos de belleza que están al nivel de la dignidad de Aquel que Es la belleza en plenitud.

Claramente, es necesario que coexistan las ofrendas de arte a Dios con la preocupación por el prójimo. A final de cuentas, ese es un punto importante de la justicia dentro de la enseñanza cristiana: dar a tu prójimo el amor que es de tu prójimo, dar al César el dinero que es del César… Y dar a Dios el arte que es de Dios.