Cuando no se tiene ninguna perspectiva de vida después de la muerte queremos agotar todas las experiencias posibles antes de que nos llegue el tiempo de morir; al eliminar el sentido de trascendencia de nuestra vida la muerte deja de tener relación con la posibilidad de partir hacia un lugar mejor y se convierte en un oscuro definitivo.
Pareciera que somos una generación perdida incapaz de lidiar consigo misma y con la realidad que vive. Norah Ephron tiene una frase bastante famosa que dice: “Nadie quiere envejecer, más bien volverse mayor”, tristemente pareciera que somos una generación que no solo no quiere envejecer sino que también se niega a hacerse mayor, es decir, madurar.
Somos adolescentes perpetuos que viven en una cárcel construida en base a sus nostalgias, siempre aspirando a disfrutar experiencias que ya no nos pertenecen, que son parte de nuestra niñez y negándonos terminantemente a asumir que estamos en la edad adulta y hemos de experimentar lo que a esta edad corresponde.
Cuando escucho a mis abuelos y mayores hablar de su vida no encuentro una cruzada con la naturalidad de envejecer ni de volverse mayor, no hay en sus historias mensajes de como crecer fue un obstáculo para su crecimiento personal y frustró su crecimiento personal, en parte he de reconocer que es porque tengo la enorme fortuna de tener un círculo familiar compuesto por personas que con una profunda esperanza en Dios han trabajado por hacerse de una vida honesta, pero ni remotamente creo ser la única persona en el mundo con esta realidad.
Nos hemos rebelado contra la idea de ser adultos funcionales, hemos tomado la imagen que nos vendieron de que la adultez es la mayor enemiga de la satisfacción personal, un lastre que hay que cargar que no ofrece ninguna realización, que comprometerse con una misma persona e iniciar una familia era esclavitud, que preferir la tradición era renuncia a la identidad personal.
La cuestión es que el tiempo no se detiene, como cualquier ser vivo sobre la faz de la tierra hemos de envejecer y si solamente se crece en edad pero no en sabiduría ni en experiencia formativa tomamos la vía más efectiva para la insatisfacción y el desconsuelo porque construimos vidas adultas vacías solo rodeadas de recuerdos de una juventud idealizada, enfocados exclusivamente en disfrutar del presente sin tener una visión clara de lo que queríamos conseguir en el futuro.
Y pasados los años, cuando la edad nos alcanza y esas mismas experiencias ya no son apropiadas para nuestra edad y por tanto, no son lo satisfactorias que recordábamos se convierten en fantasmas que nos persiguen y nosotros en amargados.
La opción que podríamos tomar es reconocer que el problema somos nosotros, que lo que corresponde es cambiar esa visión egoísta y profundamente narcisista del mundo, aceptar la realidad de que el mundo y las personas que en él habitan nada tienen que ver con nuestras posiciones personales y tampoco han de ajustarse al tamaño de nuestros caprichos. Aunque como es cada vez más obvio, ese no es el camino elegido.
Más bien, tomando como bandera nada más que nuestras necesidades personales hemos disfrazado ese narcisismo de altruismo. Hemos preferido ser niños asustados que buscan solamente ser reconocidos como buenos con el menor esfuerzo y solamente con aquellas causas que se comprometan con nuestra vanidad.
Si tan solo pudiéramos dejar de ver directamente hacia el sol y más bien mirarnos de frente en el espejo. Dejar de pelear con la realidad y aceptar que las reglas importan porque nos dan propósito. Aprender a vivir y ser adulto, a hacernos cargo de nosotros mismos, que la vida no nos tome por sorpresa y en el camino, encontrarle el gusto.