En 1935 la película “Trumph des Willens” (“El triunfo de la voluntad”) se estrenó en Alemania. Este largometraje no es más que propaganda fascista, mostrando la fortaleza del partido nacionalsocialista alemán. Y el titulo pareciera ser sacado directamente de la filosofía de Nietzsche: el desechamiento de la razón, la victoria de la voluntad desordenada como única guía de la vida humana y de las naciones. La convención del partido Nazi en Nüremberg “encarna” (supuestamente) la voluntad del pueblo alemán, ignorando elementos objetivos como la paz mundial o el desarrollo de los países y entregándose al más terrible y extremo nacionalismo. Esta supremacía de la voluntad terminó esclavizando a las personas a los designios caprichosos de las masas irracionales.

En este contexto, fue necesario que una alianza de países se enfrentaran a los excesos de la voluntad. ¿Ellos eran totalmente virtuosos? No. ¿Poseían la verdad última sobre el mundo? Tampoco; y seguramente pocos imaginaban los alcances de este conflicto. Pero lo que sí entendían era que la dictadura de lo que quieren unos pocos es irremediablemente injusta, en contraposición a la toma de decisiones a través de los datos que, aunque a veces exceden la mente humana, son razonables. En efecto, la racionalidad libera a las personas y a los sistemas políticos, económicos y sociales para que tomen la mejor decisión en la información objetiva disponible.

En el siglo XXI la irracionalidad embate con renovadas fuerzas a la humanidad. Se ignora la realidad para satisfacer los deseos ilógicos de las personas y se modifican los sistemas jurídicos para responder a los caprichos de la voluntad que están en abierto conflicto con las realidades objetivas. Y esto sucede en la regulación de la vida y de la muerte con el aborto y la eutanasia; en la regulación de la familia con la desnaturalización del matrimonio; en la regulación de los mercados con el abuso del estado social que incrementa las diferencias entre ricos y pobres; en la regulación de la protección al ambiente con la divinización de los animales y (paradójicamente) la práctica empresarial y comercial que destruye el equilibrio ecológico.

La guerra resulta especialmente grave porque ya no se habla de nacionalismos, sino de un conflicto intelectual generalizado: una guerra global contra la razón. En este sentido, es necesario que exista un nuevo grupo de aliados dispuestos a luchar por la racionalidad de la existencia humana. No se trata de negar los anhelos de las personas, sino estructurarlos racionalmente a la verdad para que permitan el pleno desarrollo de las sociedades. No se trata de conservar el statu quo, sino de encaminarlo al bien común. No se trata de poner a la razón sobre la voluntad, sino del triunfo de la voluntad plena de razón.