“Existen hoy muchos y opuestos motivos para no permanecer en la Iglesia. En nuestros días están tentados de volver la espalda a la Iglesia no sólo aquellos a quienes se les ha hecho extraña la fe de ésta, a quienes aparece demasiado retrógrada, demasiado medieval, demasiado hostil al mundo y a la vida, sino también aquellos que amaron la imagen histórica de la Iglesia, su liturgia, su independencia de las modas pasajeras, el reflejo de lo eterno visible en su rostro.”

Con esta fuerte reflexión, Joseph Ratzinger, quien después fuera el Papa Benedicto XVI, comienza su ensayo ¿Por qué permanezco en la Iglesia?, escrito en 1971. Con su característico estilo firme pero misericordioso, Ratzinger comienza por hablar de la transición de la Iglesia Católica de ser una institución representante de santidad a una cuya historia es incluso “vergonzosa y humillante” y que ya no invita a la fe como lo hacía antes. Es de reconocerse que el teólogo en ese entonces y después Sumo Pontífice se arriesgue a hacer una crítica tan dura de la institución a la que con entrañable cariño dirigió, pero procede por hacer una analogía que nos ofrece una gran lección.

Ratzinger opina que la Iglesia está sometida a un escrutinio tan cercano y detallado, que se ha perdido la imagen completa de la misma, y compara a la Iglesia con la Luna, sí, el satélite natural de la Tierra. Valora a ambas como elementos tan importantes de la historia de la humanidad, que su misticismo rebasa el entendimiento de lo obvio y se extrapola a la categoría de lo entrañable. Primero aborda la idea de que ambas, la Iglesia y la Luna, son entes carentes de luz propia, dependen de aquello que los ilumina para no ser obscuridad perpetua. También habla de cómo, cuando el hombre logra llegar a la luna con los viajes espaciales, descubre que no es más que un lugar de rocas y polvo, y si se sigue ese escrutinio minucioso de la Iglesia eso se encuentra, rocas y polvo, debilidad humana y una historia fracturada. Pero destaca Ratzinger que es la luz, aunque no sea propia, una característica intrínseca de la Luna y lo que le da valor. En el caso de la Iglesia esta luz es Jesucristo.

Aquí, respondiendo a la pregunta inicial de ¿por qué permanezco en la Iglesia? Ratzinger responde que la Iglesia es la que nos lleva a Jesucristo, porque “no se puede creen en solitario, sino en comunión con otros”. La Iglesia es quien nos muestra a Cristo, quien nos habla de Él, quien nos revela a Dios. Y aquí, de una forma exquisita, Ratzinger nos invita a amar a la Iglesia como se ama a una persona: aceptando lo que fue y con el ánimo de que pase de lo que es a lo que puede ser. Desde 1971, Joseph Ratzinger nos hizo una invitación aún abierta a permanecer en la Iglesia, porque, “quien osa arriesgarse [en el camino de la fe] no tiene necesidad de esconder ninguna de las debilidades de la Iglesia, porque descubre que ésta no se reduce solamente a ellas. Quien afronta este riesgo del amor descubre que la Iglesia ha proyectado en la historia un haz de luz tal que no puede ser apagado.”

 

Link al ensayo completo: http://www.corazones.org/iglesia/iglesia_permanezco_ratzinger.htm